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LA CONDESA

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Mi infancia transcurrió en un pueblo pintoresco, arbolado, florido, con calles de arena y casonas con grandes parques. Nos conocíamos todos, incluso aquellos europeos que venían a vivir un retiro apacible. Todo daba para soñar y tejer historias. Durante las tardes la gente se hacía visitas como las que le hacíamos con mi mamá a la Condesa. Una viejita amable y elegante. Su casa era como una villa Italiana. Entrar en ella y observar todos sus recuerdos, adornos, cuadros y paredes empapeladas de rosas, me subyugaba. Mucho tiempo después, cuando falleció, su hija viajó para cerrar la casa y vender sus cosas, sus tesoros comprados en sus viajes por el mundo, entre ellos su ropa. Yo elegí un kimono que me compró mi madre. Fue ponérmelo y soñar, y pensar que todo el mundo debería tener un Kimono para sentirse una Condesa.

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